Fotoenvejecimiento

Con el paso del tiempo la piel envejece y pierde sus características iniciales. Dichos cambios se deben en parte al proceso biológico de envejecer pero sobre todo a la exposición solar prolongada y repetida. A los cambios que ocurren en estas condiciones se le llama fotoenvejecimiento o envejecimiento extrínseco.

Los cambios relacionados con el sol son pequeñas arruguitas alrededor de los ojos, surcos más profundos a los lados de la boca, arrugas radiales alrededor de los labios, manchas en la cara o en el dorso de las manos, etc.

El daño producido durante los primeros años de vida aceleran este fotoenvejecimiento y la probabilidad incluso de cáncer de piel.

El sol es capaz de dañar las fibras de colágeno o elástica que en la capa intermedia de la piel o dermis. En concreto el daño es debido a las radiaciones ultravioleta que actúan en las áreas expuestas al sol.

Los rayos ultravioleta pueden ser de tipo A y B. Los A penetran más profundamente que los B y llegan hasta la dermis, tienen además la capacidad de atravesar los cristales, con lo que hay que tenerlo en cuenta a la hora de protegernos.

Este deterioro comienza incluso desde la edad adolescente o la década de los 20. Depende directamente del tipo de piel (saber que existe una clasificación que consta de VI grados), también de la disposición genética, de la reacción a la exposición solar o de los hábitos a la hora de tomar el sol (número de veces, periodo de tiempo, hora del día, etc).

Es indispensable saber que la protección solar previene estos cambios, que hay que hacer de ella un hábito y educar a las nuevas generaciones en la prevención (sobre todo del cáncer de piel). Los efectos que ya han aparecido pueden mermarse con tratamientos como la toxina botulínica o los rellenos faciales que ayudan a mejorar nuestra imagen.

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